Recientemente, un emprendedor me preguntó cuál era el principal problema que notaba en las empresas como consultor.
Le contesté que muchos directivos y founders tienen el ego demasiado elevado.
No me refiero al ego sano que alimenta tu auto-confianza y que te impulsa a creer en tu visión y moverte con determinación.
Hablo del otro tipo de ego.
El que ciega.
El que te impide ver que te has convertido en el principal cuello de botella de tu empresa.
Que tus decisiones, o la falta de ellas, ralentizan a tu equipo en lugar de impulsarlo.
El que te hace pensar que ya lo has hecho todo bien y que no hay nada en lo que un consultor externo, como yo, pueda ayudarte. Que cualquier cambio que alguien proponga es innecesario porque “las cosas están funcionando bien”.
Ese tipo de ego es peligroso porque bloquea el crecimiento. Te convence de que pedir ayuda es una debilidad, cuando en realidad es una de las habilidades más estratégicas que puede desarrollar un líder.
Luego le hablé sobre cómo muchos founders dejan que la cultura de su empresa se forme al azar, en lugar de construirla de manera intencional. Deliberada.
Mi amigo emprendedor asintió y me contó cómo fue alcanzando sus sueños uno a uno. Me habló de cómo construyó una cultura funcional en su empresa, fundamentada en principios claros y una visión compartida, tal como la había imaginado. También me compartió cómo logró soltar el control, delegando con precisión y liberándose de lo operativo.
Me dio gusto escucharlo y que todo le esté saliendo según lo planeado.
O tal vez, solo tal vez, su ego no le deja ver lo que aún tiene por mejorar.
Yuban.